Desde el segundo café de esta mañana soy “tonta del bote”, que me lo han dicho dos señoras estupendas que están promocionando un libro.

No hay ironía ni en lo de señoras ni en lo de estupendas, aunque sólo sea porque no las conozco personalmente y en días pretéritos he disfrutado de sus ocurrencias y trabajo. Y probablemente valore positivamente sus futuros trabajos porque, claro, es que soy tonta del bote, ¿saben?, y ya se sabe que las tontas del bote se centran más en la calidad, los talentos y lo que creen bueno, que en lo que les conviene.

La cosa es que han afirmado, no puedo ni necesito personalizar cuál de ellas porque la entrevista la responden al alimón, como han escrito sus dos últimos libros, que “una mujer que no sea feminista sólo puede ser tonta del bote”. Luego especifican lo de los derechos iguales entre hombres y mujeres y demás, a lo que no se opone nadie, claro. Lo que confunden es que pelear porque una mujer pueda desarrollar todo su potencial y recorrido en igualdad de derechos y deberes que un hombre, aunque en diferentes circunstancias y necesidades, no implica ser “feminista”, sino libre.

Resulta agotador recibir ataques de las propias, pues de los extraños ya se espera, pero ahí vamos las no feministas, peleando por eliminar, además, la brecha ideológica de la sororidad.

Si supiéramos lo que nos conviene, bien sabríamos que más nos valdría, en tanto que mujeres, aceptar toda la ideología feminista, el pack completo, que opinar por nuestra cuenta como si fuésemos ciudadanos libres, igual que cualquier hombre, que bien puede ser de izquierda, de derecha, de centro o medio pensionista. Si somos mujeres, tenemos que ser feministas antes que libres. Eso dicen las señoras.

Es curioso que también, justo eso, que tenemos que ser feministas y aceptar todo el pack ideológico, lo dicen también muchos señores travestidos, con un tranco como un tronco, que manifiestan sus opiniones y encabezan sus contratos publicitarios y sus conferencias con un nada sutil “yo, las mujeres”.

Como soy tonta del bote puedo decir que ni señoras ni señores van a darme carnets de nada y menos aún de mujer. En mi femenina inopia haré como que se puede vivir holgadamente sin haberlos. Como soy tonta del bote, acepto vivir justamente pero libre, y mirar a un hombre decente cualquiera como un igual complementario, más que como alguien a quien domeñar.

Me llama la atención que este tipo de tibia sororidad suele beber de la supuesta igualdad de derechos proclamada en la CE’78 que las propias feministas han quebrado, mientras que las tontas del bote que nos rebelamos contra el quebranto de la igualdad de los hombres ante la Ley y la libertad de pensamiento de las mujeres, bebemos culturalmente, algunas incluso religiosamente, de la doctrina católica, la verdadera defensora de la integridad individual de hombres y de mujeres. Aunque esta es una conversación para la que muchos, y muchas, no están preparados todavía.