Desde hace meses se viene defendiendo abiertamente desde algunos ámbitos la idea de tener hijos como batalla. Se habla de la bondad del tenedor frente al egoísmo frívolo del que no los tiene. Se ha llegado a afirmar que unas vidas son mejores que otras basándose sólo en los hijos habidos. Sin embargo, a pesar de entender el mensaje que subyace, niego la mayor, pues se presenta una manera de considerar a las personas desde un punto de vista finalista y no causal, siendo la raíz de las decisiones la que marca la profundidad de nuestra vida, el compromiso y el cumplimento del deber. No se trata de tener hijos, se trata de estar abiertos a la vida, pues sólo esta concepción de apertura a lo que sea que la vida nos depare, hijos incluidos o no, será la que nos anime en el recorrido individual y de servicio a la sociedad que entre todos conformamos. Pues no es necesariamente mejor tener hijos por más que sea necesario tenerlos, ni son siempre muestra del mayor amor, por más que sea deseable que sean fruto del amor bueno.

Aprovechando el artículo de Marcela Duque en El Debate de Hoy, que parte de una escena de la película “El retorno del Rey”, escrita para el cine y no por el mismo Tolkien en sus libros, me incorporo a la conversación pública para hablar de padres, de hijos, de batallas y de vidas buenas, manteniéndome en la película y sin adentrarme en la profundidad del universo tolkiano, pues la ignorancia es atrevida, sí, pero respeta.

“El dilema de Arwen” ensalza la elección de Arwen a favor de su destino humano movida definitivamente por la esperanza de un hijo futuro habido con Aragorn. Hermoso y valioso, sin duda. Pero se obvian otras consideraciones. Arwen no renuncia a su ser y su familia, pues procede de un linaje de medio elfos que mantienen el privilegio de elegir si vivir y ser juzgados como elfos o como hombres, y conservan ese privilegio porque son descendientes de una unión entre especies en la que ambas partes estuvieron dispuestas a sacrificarse por el amado, pues no todos los medio elfos podían elegir. Esa capacidad de elección era un privilegio concedido a los amores profundos, no basada en la parentela, sino en la bondad y el compromiso de las decisiones tomadas por los amantes. Se habla de Arwen como posible madre en el futuro y cómo esa sola posibilidad la lleva a tomar tal decisión pero no se habla de Elrond como padre. Mirémosle un momento. Elrond ya es padre. De Arwen. En su premonición ve la inexorable muerte de su hija al elegir su destino junto a los hombres. Y como padre la quiere proteger. Porque esto hacen los padres, o debieran hacer al menos. Proteger a su parentela. Arwen se aventura al futuro quizá incierto y seguro doloroso, por la posibilidad de vivir un amor y un hijo. Elrond quiere protegerla del dolor y la muerte porque es su carne, su pequeña. Arwen se aventura a una vida de sacrificio finito porque es joven y está abierta a la vida. Elrond la quiere preservar de su dolor porque esa vida a la que estuvo abierto de joven es, entre otros, Arwen. Son dos paternidades iguales en momentos diferentes. El padre quiere proteger al hijo de su propia ansia de vivir. Pero a pesar de eso, respeta su decisión y la acompañará hasta ella. Es en el momento en que Arwen decide quedarse en la Tierra Media que su vida inmortal la abandona, la escena lo representa con sus manos frías. Ya ha decidido en firme, ya empieza su nueva vida, llegue o no a materializarse su anhelo en el futuro.

Siempre se destaca la paternidad y la maternidad como si nuestra vida fuera un cuento. La decisión de tener hijos no basta para tenerlos, y tener hijos no basta para ser bueno. ¿Acaso los terroristas no los tienen, los violadores no han sido padres, algunas madres no han asesindado? Es obvio que no es el hecho de tener hijos lo que hace que una vida sea mejor que otra. Que se lo digan a Eowyn, que se quedó sin tener los hijos de Aragorn a pesar de su amor por él. Y sin embargo, esa vida no esperada para la batalla fue la que pudo matar al Nazgûl. En la muerte, su propio tío le dice “me has salvado”. No se refería a su vida, pues iba a morir, pero se presentaría ante sus padres sin la vergüenza de portar con él la idea errónea de que la hija de su hermana no valía para el combate.

Aragorn consigue la participación de los muertos en el combate sólo cuando se presenta ante ellos como descendiente de su linaje, el último descendiente de un linaje avergonzado y primero del restablecimiento de la honra. Aún no tiene hijos.

Durante la batalla de Minas Tirith, un padre está tratando de quemar vivo a su hijo menor porque solo ha amado a su hijo mayor. Es padre de dos y, sin embargo, ¿qué clase de padre es? Un hobbit sin hijos corre a buscar ayuda para Faramir, un mago le socorre. En este debate sobre los hijos se presentan familias de cuento y, sin embargo, ¿dónde está ese enfrentamiento en el campo de batalla real que es el robo de los hijos no nacidos a sus padres por parte del feminismo actual? ¿Por qué no se centra la atención en el verdadero duelo silencioso que es que un padre no puede opinar sobre el aborto o llevado a término del embarazo del hijo que ha concebido? ¿Qué mantiene callados a los idealistas que defienden la idea de los hijos pero no se baten en el terreno de la realidad que hoy les necesita? ¿Es que nadie va a pelear por Faramir, que es el hijo a quien la locura está matando?

La batalla definitiva está siendo, en comunidad y en la intimidad del corazón sencillo. Todos los pueblos están luchando, vivos y muertos, en la pelea definitiva, todos queriendo pelear y ganar. Y, sin embargo, la batalla principal, la que vence, está siendo librada por un mediano, acompañado de su amigo, que mira al mal cara a cara y pelea en su propio corazón para vencerse a sí mismo. Ninguno tiene hijos. Sólo cuando esa pelea es dada y es ganada, acaba también la batalla de Minas Tirith.

A veces parece que padres fértiles con hijos no tienen en cuenta en sus manifestaciones otras realidades como aceptables. ¿Acaso un amor entre dos personas es menor si la vida no les da hijos? Me pregunto a menudo ¿cuándo un hijo deja de ser hijo para pasar a ser objeto de caricatura por no haber tenido los suyos propios? ¿En qué momento esa grandeza del corazón se hace cemento para avergonzar a los demás? ¿Desde cuándo esos hijos ya no son hermanos entre sí?

Las sociedades no se conforman con líneas de descendencia limpias y ordenadas. La comunidad es un membrana con distintas vinculaciones, familiares, laborales, de amistad, de proyectos comunes, de necesidades, de querencias, de protección. Y todos son necesarios y dependientes unos de otros.

Después de la vorágine de la batalla, cuando todo vuelve a su cauce, algunos retoman su vida, forman sus familias, tienen sus hijos, sus proyectos. Otros no. El mismo Frodo le escribe a Sam que “algunas heridas son profundas y dejan cicatrices que no cura el tiempo” y, a pesar de haber peleado por aquello que amaba y haber estado abierto a la aventura de la vida, las consecuencias de sus acciones anteriores, acciones buenas y necesarias, valientes y nobles, esas consecuencias le impiden desarrollar una vida sencilla y comúnmente provechosa. Ha terminado su labor, una labor no elegida, pero sobrevenida y urgente. Aceptada, sí, pero no elegida. Como tantas vidas, gestionó lo que se le fue presentando. En su despedida a Sam le insta a sanar su corazón, a no mantenerlo siempre “partido en dos” por la separación, porque le queda mucha vida por delante. Frodo procura ayudar a su amigo para que pueda elegir la vida que quiere vivir, no se le ocurre en ningún momento decirle qué tipo de vida debía ser aquella. Una constante en Tolkien y en el amor que presenta a través de sus personajes, es el respeto a las decisiones íntimas. Es un delicado amante de la libertad del otro.

Su heroico viaje, aunque salvador para los demás, dejó en Frodo graves secuelas. Libró la batalla que permitió a Arwen y Aragorn vivir su amor y restablecer el honor y reino de los hombres; a Sam, amar por fin a su Rosita, soñada incluso en las entrañas de Mordor; a todos, tener esperanza en un futuro. Esa fue su pelea, la vida buena de los otros. Los siete reinos se inclinan ante su nombre, nadie osaría afirmar jamás que la de Frodo no fue la Vida Buena. Y sin embargo hoy así parece.

Frodo Bolsón abandonó enfermo la Tierra Media para ir a morir a Valinor, la Tierra Imperecedera de los Elfos. Nunca tuvo hijos.