Desde que Rusia invadió Ucrania estoy desarrollando un estudio de género sobre las carreteras, caminos y fronteras, no sólo del país, sino también de los colindantes.

Este estudio lo he hecho sin subvención, por amor al saber y con el espíritu de sacrificio y servicio propios de mi sexo.

Hoy, que todo es feminismo, transversal y necesita un estudio de impacto de género, vamos a aprender porqué no es lo mismo una carretera para un hombre que para una mujer, en tiempos de paz o de guerra.

Más allá de la información falseada que el heteropatriarcado nos ha facilitado tradicionalmente para que las féminas hagamos el público ridículo aparcando con la fakenews de aquellos veinte centímetros, las carreteras, generalmente asfaltadas por hombres machirulos a pleno sol y sin igualdad de género en plantilla, constituyen para las mujeres algo más que un misterio por desentrañar cuando miramos un mapa.

Cuatro días hace del comienzo de la invasión, ahora sí hay países y fronteras, y cuatro días también desde que empezamos a ver cómo algunas familias se despedían apresuradamente. Padres y maridos besando y abrazando entre lágrimas a sus mujeres e hijos pequeños, antes de que estos subieran a un autobús de los que no tendrían autorización para circular por el centro de Madrid, pero que sí van a circular por aquellas carreteras fronterizas para poner a salvo a sus pasajeros. De género femenino y menor, principalmente, mujeres y niños.

Estos padres, hijos y maridos, una vez despedido a sus familias, se han unido, también por carreteras y caminos, a otros tantos jóvenes que aún aspiran a serlo: hombres, padres y maridos. Y todos, libres.

Muchos otros han vuelto a Ucrania, desde donde habían emigrado para labrarse una vida mejor en otros países, a través de otras fronteras. También por carretera. Hombres.

Han sumado columnas de ciudadanos, mitad ejército, mitad guerrilla, que con más pundonor que medios, con más amor que ambición, con más valentía que riqueza, han elegido defender su casa, su familia, su modo de vida. Su patria, en definitiva, mientras ponían a los suyos a salvo. Hombres.

Y se van a enfrentar a soldados mayoritariamente varones, jóvenes, muchos forzosos, que por vías y caminos, han sido enviados a guerrear en extrañas condiciones, después de despedirse de sus madres, mujeres y niños, poco antes de enfilar esa carretera. Rusia y febrero. Qué hombre o mujer entiende nada.

Ni un solo tanque eléctrico por esas carreteras, ni una sola granada sostenible. A la vida real le importa una higa el timo climático, tanto como al planeta le importa que nos matemos entre nosotros.

Se empieza a movilizar la ayuda civil humanitaria. La que llega, la del ciudadano raso que, como el soldado, es capaz de reconocer a una persona donde los de arriba sólo ven un efectivo. Camiones, tráileres, contenedores. Mucha ayuda coordinada por mujeres y conducida por hombres por esas carreteras. Porque en esa extraña igualdad y cooperación, que sí existe en la vida real y nos quieren robar, el que cree en un proyecto se suma a un talento, un objetivo y a una persona de confianza, sea hombre o sea mujer.

Muchas mujeres se han quedado también a luchar, son noticia y nos lo cuentan como con un plus de noséqué, como si nunca hubiera existido una mujer peleando, ni María Pita, ni Manuela Malasaña, ni La Católica, ni Agustina de Aragón. Extraño año en el que no se entiende que se las ponga a salvo ni que se queden a pelear. Y, como los hombres, también algunas mueren en combate. Qué clase de guerra es esta que en pleno siglo XXI sigue matando mujeres, pensarán algunos. ¿Es que sumar la perspectiva de género a la guerra no sirve de nada? Tanto ver la vida a través de una pantalla de móvil y de la subvención correspondiente, ha incapacitado a muchas personas para la realidad. Sean hombres o mujeres.

Pero a la hora de la verdad, la realidad se abre camino y el patriarcado machirulo persiste ante la adversidad, facilitando la puesta a salvo de mujeres, ancianos y niños y prohibiendo la salida de los hombres en edad de batallar.

Los vehículos no serán eléctricos y las carreteras serán extensiones fálicas de nuestros hombres hacia la arrolladora libertad de su sexo enhiesto, pero la embestida salvadora nos beneficia a nosotras, sin duda, a las mujeres, a los enfermos y a los niños. Porque pocas cosas más seguras en tiempos de guerra para las mujeres que uno de nuestros hombres luchando por nuestra vida y nuestra libertad.